¿Qué se sentirá manejar un tráiler?

Viajar en carretera ha sido siempre una experiencia que disfruto. Mi papá fue un gran chofer, de él aprendí. Verlo conducir era fabuloso. Sobre todo cuando viajábamos en las vacaciones y salíamos de México, D.F. a las 3:00 de la mañana para llegar a Yucatán a las 10:00 de la noche, deteniéndonos solamente para cargar gasolina y para que seis niñas entre un año y doce fuéramos a hacer pipí.

Ver manejar a mi papá, sus manos morenas, duras y firmes sobre la guía, era apoderarme de su destreza al volante. Imaginaba que era yo quien conducía el carro, sentía el placer del cambio de velocidades, de poner las direccionales para rebasar, la velocidad al tomar la delantera en el carril opuesto para volver al carril correcto con la satisfacción de dejar atrás al “carro lento”.

Éramos tantas hijas que no cabíamos en el coche… que en una época fue un Ópel azul cielo, en otras un Malibú café que luego se convirtió en verde escarabajo. Yo me empeñaba en ir sentada en la cajuelita que había en medio de los dos asientos delanteros, colocando mis piernitas en los costados, a la izquierda rozando la pierna de mi papá, a la derecha la de mi mamá.

Imaginar mi tamaño en esas dimensiones me hace pensar que fui verdaderamente pequeña y raquítica; eso no importaba para sentirme el copiloto principal, pues era la encargada de pasarle primero a mi papá y luego a mis hermanas agua y comida, sándwiches de escabeche que mi mamá preparaba y surtía desde los primeros minutos tras salir de casa.

Aunque el sueño muchas veces me vencía, trataba de mantenerme despierta todo el tiempo para acompañar a mi papá. Recuerdo cómo de pronto, entre sueños, Javier Solís empezaba a cantar o las trompetas de la orquesta de Glen Miller empezaban a entonar In the mood.

Las noches que lograba ganarle al sueño, no podía dejar de mirar cómo mi papá movía los dedos de la mano izquierda. Era señal de que pensaba. Cuando conversábamos me iba mostrando cómo conducir certera y cautamente el coche.

La carretera era oportunidad de ver cuanto modelo de automóvil se podía uno imaginar, pero lo más fascinante era observar el bamboleo de las pipas y los tráilers de doble remolque. Fue por iniciativa de mi papá que me enrolé en el hábito de contar sus llantas, pero casi siempre pasábamos tan rápido que no lograba terminar, ese era un estímulo perfecto para mantenerme alerta.

Cuando los tráilers eran de un solo remolque no resultaba tan difícil contar sus una-dos, tres-cuatro, cinco… diez llantas. La práctica y la edad me hicieron hábil para contar de un solo tirón las treinta y cuatro que un doble remolque trae, a veces lograba incluirle dos más si llegaba a contar las de refacción que llevan abajo.

Manejar un tráiler ha sido un antojo. Me resulta verdaderamente fascinante su tamaño, su fuerza, su poder, la gran habilidad que hay que tener para calcular los espacios para pasar. Y no sé por qué, pero en mi mente se recrean dos escenas: mis recuerdos del pasado en la carretera admirando su magnificencia y contando las llantas… y una imagen del futuro donde sonrío a mis ochenta años desde el asiento del chofer, disfrutando cómo se siente manejar un tráiler.

@DoraAyora